La mirada atónita

de la sección del mismo nombre en el programa Punt de Llibre de Radio Barcelona
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lunes, octubre 30, 2006

JUAN LARREA

No puedo evitarlo. Dos semanas sin hacer gala de bilbainismo son muchas semanas. Ya ven, la carne es débil y la cabra siempre tira al monte. Tanto que, si la dirección del programa me lo permite, he decidido crear una sección dentro de esta sección que va a llevar por título "barriendo para casa" y que da comienzo ahora mismo. Así que permítanme parafrasear ese clásico popular que dice aquello de: que no somos de aquí, que somos de Bilbao y por eso llevamos txapela a medio lao, dicho lo cual me calo la idem a la manera del botxo para hablarles de Juan Larrea, paisano de quien suscribe y genial poeta de principios del siglo pasado.

Larrea nació en la capital vizcaína en mil ochocientos noventa y cinco en una familia acomodada aunque con cuatro años le enviaron a Madrid. Allí le educó su tía Micaela hasta que cumplió los siete. La vuelta a casa le resultó traumática porque a diferencia de su tía, su madre no era dada a las muestras de cariño y vivía sumida en un ambiente extremadamente religioso.

Larrea siempre quiso volver a Madrid, tanto es así que al terminar el bachillerato trato de convencer a sus padres de que de repente le había entrado vocación de médico y claro, casualmente los estudios solo se podían cursar en la capital del reino. Pero se ve que la cosa no coló y tuvo que conformarse con estudiar Letras en la Universidad de Deusto.

Allí conoció a Gerardo Diego y así empezó una amistad que duraría toda la vida. De hecho hubo hasta quien pensó que Juan Larrea no existía, que era un pseudónimo de Gerardo Diego, porque quien presentaba los poemas del Bilbaino a las revistas para que fueran publicados era siempre el de santander. Para que luego digan que nos llevamos mal vascos y cántabros.

El caso es que Larrea existió, y vaya que si existió. Encontró su voz literaria Siguiendo los pasos de Vicente Huidobro, experimentó y desarrolló su estilo personal dentro de las vanguardias.
Como todo artista de los años veinte que se preciase vivió su particular aventura parisina. En la ciudad de la luz, precisamente, publicó su propia revista llamada "Favorables París Poema" con colaboraciones de unos cuantos amiguetes. A saber: Gerardo Diego y Huidobro, por supuesto, además de Juan Gris, Tristan Tzara, Cesar Vallejo o Pablo Neruda. Bueno, pues a pesar de tanto galáctico del arte solo publicaron dos números. Para que ahora digan que el mundo editorial está mal.

Pero lo más sorprendente es que este hombre que fue admirado por sus coetáneos, elogiado por los gurús de las tertulias literarias como Cansinos Assens y que influyó notablemente en poetas como Lorca, Alberti o Aleixandre, pasó al olvido de la noche a la mañana porque un buen día decidió dejar de escribir poesía. Se fue a hacer las américas y se dedicó a la investigación, a editar libros, publicar ensayos, dar clases y coleccionar arte inca.

Suerte que a un hispanista llamado Vitorio Bodini le dio por publicar en 1960 la única obra o la obra única, como ustedes prefieran, de Juan Larrea titulada Versión Celeste. Gracias a la cual, aquí un servidor de ustedes puede ir presumiendo de paisanaje.

domingo, octubre 22, 2006

UNA DE PREMIOS

Qué rabia. La entrega de los premios Planeta es una de mis retransmisiones televisivas favoritas y me perdí la primera parte.

Estaba yo haciendo zapping sin gafas, porque se me han roto y, por error, me quedé viendo Telecinco en vez de La 2. La mecánica de lo que estaban emitiendo era tan parecida a la de los premios Planeta que se ve que me hice un lío.

Me extrañó un poco que Rosa Regás llevara el pelo rubio y recogido en una coleta. También me pareció raro que el presentador de la gala la llamase Noemí, pero pensé "igual ahora los miembros del jurado también usan pseudónimo", qué modernez. Eso sí, aluciné pepinillos cuando el favorito del público se arrancó a cantar flamenco-pop. Primero porque no tenía ni idea de que en la entrega de unos premios literarios el público tuviera la opción de elegir a su favorito y segundo porque por los gorgoritos y las piruetas que hacía aquel muchacho no parecía ser Álvaro Pombo, que era el que todas las quinielas daban como ganador del Premio Planeta. Suerte que en este tipo de programas dan paso a publicidad cada diez minutos y pude comprobar, para bien de mi salud mental, que lo que estaba viendo no era la entrega de los Premios Planeta sino Operación Triunfo.

Me pegué al televisor para asegurarme de que ponía el canal correcto esta vez y me encontré de lleno con la perilla de Pombo y con un plano de la finalista, Marta Rivera de la Cruz, que se mordía las orejas de la risa. Si algo bueno tienen los Premios Planeta es que el segundo se va casi tan contento como el primero. ¿Por qué será?

Ya les aseguro yo que no le habrá pasado lo mismo a Vargas-Llosa al enterarse de que un año más se le escapa el Nobel de entre los dedos. Este hombre es un poco el Raymond Poulidor de la literatura. Siempre entre los favoritos pero sin acabar de llevarse el gato al agua. "El eterno segundo", como apodaban al ciclista francés. Al menos Vargas-Llosa puede consolarse pensando que a Borges le pasó lo mismo y puede dormir tranquilo sabiendo que mucha gente sigue su carrera... aunque nunca hayan leído un libro suyo, como dijo la ínclita Mazagatos.

Tal vez la incomprendida modelo se refería en aquella ocasión a que seguía la carrera política del escritor peruano. Y, tal vez sea, precisamente, esa carrera la que le haya alejado, de momento, del premio Nobel. Porque da la sensación de que la academia (la sueca, no la de OT) mira con lupa el tema ideológico y prefiere decantarse por discursos un pelín más progresistas que el del autor de "Pantaleón y las visitadoras".

¿Discutible? Pues sí, pero ¿Qué no lo es en esta vida? De momento lo que está claro es que Vargas-Llosa se ha ahorrado un discurso, que Álvaro Pombo y Marta Rivera de la Cruz van a recorrer más platós que los ex concursantes de Gran Hermano, y que yo, o llevo las gafas a arreglar o voy a acabar confundiendo a Punset con Buenafuente o a Espinete con Sánchez- Dragó.

domingo, octubre 15, 2006

CARTA AL VECINO DEL SÉPTIMO

Estimado vecino del séptimo A:

Soy el chico que vive justo debajo. Sí, el que no habla del tiempo en el ascensor y lleva siempre un libro bajo el brazo. Pues verá, me dirijo a usted para informarle de que, precisamente, esos libros que suelo acarrear tienen otro uso aparte del de ayudarme a muscular el bíceps.

Efectivamente, los utilizo para leer, ha acertado usted. Y le aseguro que no soy excesivamente maniático en esto de la lectura, no necesito crear ningún clima especial, ni oler a incienso, ni abrirme los chacras ni nada por el estilo... y me adapto tanto a la luz natural como a la artificial. Ya ve, podríamos decir que soy un lector todo-terreno y con una gran capacidad de concentración.

Claro que no es de extrañar. Porque el ser humano, como animal que es, tiene la capacidad de adaptarse al entorno, y, francamente, gracias a usted, yo me vuelvo cada día un poco más animal. Dos animales en concreto. Primero me camaleonizo y trato de adaptarme al martilleo estruendoso que sale de su hogar ruidoso hogar. Pero al cabo de un rato el camaleón enloquece víctima de la gota malaya bricomaníaca y, por decirlo finamente... me engorilo. ¿Y usted ha visto algún gorila con gafas leyendo a Wislawa Szymborska? Pues yo tampoco.

He llegado a practicar meditación trascendental que es algo que nunca hubiera imaginado que practicaría, y día tras día me digo a mí mismo que debo de tener paciencia, que al fin y al cabo todos hacemos obras en casa alguna vez en la vida. Pero amigo mío, ¡que lleva usted veintiocho añazos dándole a la piqueta! ¡Que soy el único habitante de este planeta que sin gustarle la Batuka lleva el ritmo en el cuerpo gracias al compás tres por cuatro de su cincel! Descanse ya buen hombre, que le prometo que si no ha encontrado el tesoro enterrado es porque no lo hay.

Le aseguro que he probado de todo. He intentado leer con tapones en los oídos pero me mareo y me bailan los renglones. He forrado mi habitación de cajas de huevos pero, además de que el ruido sigue entrando, tengo la sensación de dormir en la nave de Astrako. Por probar hasta he probado a meterme dentro del armario con un libro... y no quiero chistes fáciles.

De hecho, ¿creía usted realmente que cuando el año pasado me fui San Millás de la Cogolla lo hice por seguir los pasos de Gonzalo de Berceo? En busca del silencio perdido iba. ¡Que va a conseguir usted que se cumpla el sueño de mi abuelo Lorenzo y me acabe metiendo Agustino Recoleto! ¡Con lo que me cuesta madrugar!

En fin, que por primera vez en la vida estoy deseando que el Madrid llegue a la final de la Champions. Porque me he dado cuenta de que cuando hay fútbol, y sobre todo cuando juega el Real Madrid, deja usted de darle al manubrio un ratito, picaruelo merengón.

Sin más, me despido de usted hasta mañana a las nueve de la mañana que es la hora en la que empieza a ejercer de batería de Metálica los domingos y las fiestas de guardar. Otra cosa no, pero en pilas para el despertador tengo que reconocer que me ha hecho ahorrar un dineral.

Atentamente,
Su vecino.

martes, octubre 10, 2006

KOLTANOWSKI ERA DE BILBAO

Dice mi señora madre que de tanto repetir por la radio eso de que soy de Bilbao van a acabar confundiéndome con Ramón García, que no es que me importe demasiado pero no me veo yo retransmitiendo las campanadas del brazo de la Obregón.

De todos modos, hoy tengo que sacar de nuevo a relucir mis orígenes bilbaínos porque quiero hablarles de un escritor que a pesar de haber nacido en Bélgica y haber vivido gran parte de su vida en Estados Unidos, podría ser del mismo centro de la capital vizcaína.

Se trata de George Koltanowski. Vale, seguro que más de un aficionado al ajedrez ya se ha dado cuenta de que hoy no hablamos de un escritor al uso. Porque, que yo sepa, Koltanowski no escribió libros de poemas, ni ensayos filosóficos ni mucho menos novelas. Y dirán ustedes ¿entonces por qué nos habla este muchacho de él?

Pues muy sencillo. Porque según la Real Academia un escritor es una persona que escribe, o también el autor de obras escritas o impresas. Así que como Koltanowski publicó más de una docena de libros se ajusta perfectamente a ambas definiciones, aunque todas sus obras tratasen sobre ajedrez. Y si a esto le sumamos que durante cincuenta y dos años de su larga vida escribió de forma ininterrumpida una columna diaria en el San Francisco Chronicle, lo que vienen a ser cerca de diecinuevemil artículos, a ver quien es el guapo que dice que este señor no era escritor. Ah, pero por si aún quedan dudas qué mejor que citar al propio autor. Imagínense, si Cervantes dijo aquello de que "El ajedrez es semejante a la vida" o Unamuno lo de que "el ajedrez es mucho para juego y muy poco para ciencia" Koltanowski, más pragmático él, regaló a la posteridad frases como "los peones son como los botones, pierde demasiados y se te caerán los pantalones".

Bueno, pues aún así seguro que queda alguien que no me compra a Koltanowski como escritor. Da igual, porque entonces se lo vendo como personaje literario. Y a esto sí que nadie puede objetar nada, porque el amigo Kolty tuvo una vida que para si la quisieran muchos protagonistas de grandes novelas. De pulidor de diamantes en Belgica pasó a dedicarse por entero al ajedrez en los Estados Unidos por culpa de la Segunda Guerra Mundial. Koltanowski era un "chouman", como diría el ciervo de Buenafuente. Tanto es así que entró en el Guiness de los Records por jugar una partida simultánea contra treinta y cuatro personas ganando a veinticuatro y quedando en tablas con diez. ¿Qué no parece nada sorprendente? Ah, es que se me ha olvidado mencionar que lo hizo con los ojos vendados. O sea, a ciegas. Era su especialidad, su prodigiosa memoria le permitía no solo jugar múltiples partidas simultaneas, sino recitar, una vez terminado el juego, todos los movimientos que se habían producido en cada enfrentamiento. La mayor sorprendida de su capacidad mnemotécnica era su mujer que solía decir: "No sé como lo hace. Es incapaz de acordarse de traer una barra de pan del supermercado". Por cierto, que Koltanowski no solo se dedicó a recorrer el mundo haciendo exhibiciones de ajedrez con los ojos vendados, si no que al parecer también aplicaba esto a su vida privada, porque de hecho, conoció a la que fue su esposa durante cincuenta y cuatro años en una cita a ciegas.

¿Ven lo que les decía al principio? Yo creo que Koltanowski era uno de esos bilbaínos que nacen donde les da la gana.