La mirada atónita

de la sección del mismo nombre en el programa Punt de Llibre de Radio Barcelona
(Email: puntdellibre@cadenaser.com Contestador: 93.344.14.76)

miércoles, marzo 28, 2007

Ramiro Pinilla: Escritor.

Para situarnos hoy me van a permitir que me convierta por un instante en Sophia Petrilo, la más veterana de las chicas de oro, que siempre comenzaba sus historias diciendo aquello de...

Imagínense: Año 2007. Vitoria-Gasteiz. La Fundación Catedral Santa María organiza una serie de conferencias de escritores dentro del ciclo “Encuentros con la catedral”. Son las ocho de la tarde. Estamos en el Palacio de Villasuso en pleno casco medieval. El auditorio prácticamente lleno. Entra un señor de mediana estatura, calvo y con la txapela en la mano. Cruza el pasillo y se sube al estrado. Dos cualificadas ponentes nos hacen una breve reseña de su vida y obra. Toma la palabra el escritor para invitarnos a dialogar con él. La gente pregunta lo que se le va ocurriendo y él responde con amabilidad e ingenio. Ramiro Pinilla, a sus 84 años, consigue, una vez más, cautivarnos. Esta vez no a través de su obra sino de sus palabras.

El autor de la trilogía “Verdes valles, colinas rojas” nos habla de la época en la que fundó su propia editorial porque, a pesar de tener todas las puertas abiertas después de ganar el premio Nadal y ser finalista del Planeta, creía que se debía fomentar la literatura vendiendo a precio de coste. Así que iba de plaza en plaza, montaba su tenderete y vendía sus obras y las de sus compañeros de empresa directamente de escritor a lector.

No tiene reparo en reconocer que Libropueblo, que así se llamaba la editorial, fracasó porque al final los que se sumaban a ella no lo hacían por ideales sino porque no tenían calidad suficiente para publicar en editoriales convencionales.

Nos habla con entusiasmo del taller literario que coordina en Getxo desde hace treinta años. Dice que no todos los que asisten son escritores geniales, pero que cada lunes se van satisfechos de saber que su obra ha sido leída y criticada, a veces duramente.

Pinilla nos habla de “Las ciegas hormigas”, de “Seno” y cómo no de “Verdes Valles, colinas rojas”. La obra que, afortunadamente para nosotros, le ha devuelto al circuito comercial de la mano de Tusquets.

Una de las moderadoras, antes de dar por finalizado el diálogo, le pregunta:

- Ramiro, ¿Estás escribiendo algo nuevo?

Y Pinilla, con un gesto de resignación, responde:

- ¡Qué remedio!

Y algunos del público sonríen porque saben que esa respuesta solo la puede dar un escritor de verdad, un escritor con mayúsculas, uno de esos pocos que en vez de glóbulos rojos tienen palabras corriendo por sus venas.

Bueno, y aquí acaba el relato de Sophia Petrilo y me transformo en el presentador de Salsa Rosa porque traigo dos exclusivas:

Una: Lo nuevo que está escribiendo Pinilla es una novela policíaca basada en un asesinato que ocurre en Verdes valles, colinas rojas.

Y Dos: ¿A que no saben cómo se inició Don Ramiro en esto de la literatura? Pues ganando, con 17 años, un concurso radiofónico de relatos con una historia de quince líneas sobre Escarlata O’hara.

Ya ven, cualquier día nos sale un genio de la literatura del concurso del Punt de Llibre.*

*El concurso del programa se llama "Quince líneas" y tiene como premisa que el texto no rebase ese número. Si alguien quiere participar debe remitir su relato a puntdellibre@cadenaser.com. El tema de este mes es "Y de pronto llegó la maldita primavera" y el premio un lote de libros.

domingo, marzo 18, 2007

Jóvenes talentos

Recuerdo haber visto en una película que el padre de Beethoven, cuando el músico era un crío, le daba capones si confesaba que tenía nueve años en vez de los seis o siete que él decía que tenía el pequeño genio. Y no es que el señor Bethooven senior tuviera vocación de madre de folklórica, pero se ve que los pequeños genios en la época estaban muy cotizados, y se ve que cuanto más pequeño, más genio y más cotizado.

Ya ven que en mil setecientos setentaypico se consideraba niño prodigio a los que escribían sinfonías y que doscientos años después bastaba con cantar eso de “la vida es una tómbola, tom, tom, tómbola”... pero bueno, esto no viene al caso.

A mí lo que me interesa es el tema biográfico. Es evidente que lo que uno vive, sobre todo en la infancia, determina la personalidad y condición. Muchos autores, como H. G. Welles, por ejemplo, se aficionaron a la literatura a consecuencia de largos periodos de convalecencia en cama durante sus primeros años de vida.

Pero también es notable que una biografía original ayuda a construir el mito del escritor y como dice mi peluquera “yo no quiero decir nada pero...” a mí aquello de la Rowling escribiendo Harry Potter en servilletas de bar... que quieren que les diga... no sé si me lo creo.

Luego, además de la biografía digamos “diferente” también juega un papel muy importante el azar, sobre todo a la hora de darse a conocer un nuevo talento, porque claro, ¿qué editorial va a hacer caso a un niño de 15 años con una novela debajo del brazo?

Tomemos el caso de Christopher Paolini, autor de la famosa obra fantástica Eragon. El muchacho fue educado por sus padres en casa, en un entorno natural rodeado de montañas, lejos de la vorágine de las grandes ciudades americanas y de las play stations. A los 15 años se dijo a si mismo “voy a escribir una novela”, y dicho y hecho... Se la enseñó a papá y mamá y decidieron publicarla por su cuenta... disfrazaron al niño de personaje medieval y hala, a presentar el libro por los Estados Unidos de América, el lugar dónde los sueños se hacen realidad o si no se los inventan. Pero claro, a pesar de las 135 presentaciones en poco más de un año la novela del muchacho no se comía ni un colín hasta que entra en juego el azar, ese maravilloso aliado de las películas de Disney.

Casualmente pasó por Montana con su caña de pescar y su hijastro, el columnista y escritor Carl Hiaasen, y fue precisamente el hijastro el que compró, devoró y habló de Eragon al señor Hiaasen quien, a su vez, leyó la obra y decidió que en vez de pescar peces iba a pescar un joven talento. Así que llevó el libro a su editorial y ¡Voila! Millones de ejemplares vendidos en todo el mundo.

miércoles, marzo 14, 2007

De cine

Yo les juro que hoy iba a hablar de poesía. De esa poesía cotidiana que nos rodea y a la que casi ni prestamos atención. Esa poesía que nos sorprende en una frase que nos dice alguien, en un anuncio o en la traducción del título de una película.

Bueno, pues no puedo. Porque yo estaba buscando al autor de la traducción de The searchers, la obra de John Ford que literalmente debería haberse titulado en castellano “Los buscadores”, pero que fue afortunadamente denominada “Centauros del desierto” y resulta que he dado con un nuevo género literario que no me resisto a compartir con ustedes: Las traducciones de títulos de películas.

Porque sí, verdaderamente hay algunas que superan al original, además de la evidente Centauros del desierto, está por ejemplo, El Crepúsculo de los Dioses que se titula en realidad Sunset Boulevard. Pero también hay verdaderos disparates.

Hay cursiladas supinas: Por ejemplo rebautizar a la mítica Easy Rider como Buscando mi destino.

Hay otras que atentan contra la dignidad de los protagonistas como es el caso de “Beverly Hills Ninja” que por aquello de que su actor principal tenía algunos kilillos de más, en España se llamó “La salchicha peleona”.

Hay traductores a los que les gusta complicar las cosas o que necesitan justificar su sueldo, porque me dirán que Avanti no era un título sobradamente eficaz como para tener que hacernos la lía un picho intentando decir de tirón aquello de “¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?” o era entre ¿mi madre y tu padre? ¿Ven? Ya me he liado.

También hay traductores graciosillos que nos revientan el final de la película en el título. Véase por ejemplo Rosemary’s baby de Polanski que en vez de llamarse El bebé de Rosemary, como hubiera sido lógico, se tituló “La semilla del diablo” desvelándonos antes de que empiece el film quién es el padre de la criatura... que es precisamente de lo que va la historia. Hay quien dice que es lo mismo que si Agatha Christie hubiera llamado a una novela suya “El asesino es el mayordomo”.

Están, también, las traducciones en serie. Por ejemplo, si en la peli sale el actor Leslie Nielsen el título tiene que acabar en “... como puedas” aunque el original no tenga nada que ver. La lista es extensa: Agárralo como puedas, Espía como puedas, Acampa como puedas, Despega como puedas y Esquía como puedas. Ya ven, aquí podríamos crear un subgénero al que llamaríamos “traduce como quieras” que es lo que han hecho con estas películas.

Y finalmente hay un último grupo de traducciones de títulos que podemos denominar “idas de olla”. Cuentan, por ejemplo, que en algunos países de latinoamérica tradujeron “The Clockworth Orange”, o sea, “La naranja mecánica”, como “Mandarinas y tuercas”... Hombre, yo no sé si creérmelo del todo, aunque aún es peor el siguiente ejemplo y les doy mi palabra de que es cierto como la vida misma:

Un film de Disney del año 2005 que se llamó Ice princess, debería haber sido traducido como algo así como “La princesa del hielo” en castellano, pero se ve que ese día el señor traductor estaba poeta perdido y prefirió llamarla: “Soñando... soñando... Triunfé patinando”... y vaya que si patinó el amigo.

O, ya para finalizar, ¿qué me dicen del clásico de Peter Jackson “Braindead”, subtitulado en español como “Tu madre se ha comido a mi perro”?. Pues comérselo no sé, pero el creativo de la distribuidora un par de bocados en los tobillos ya se merece.

Desde luego, y a pesar de todo, espero que no se pierda la tradición de la traducción en beneficio de dejar los títulos originales como ocurre a menudo últimamente, que uno no está para ir presumiendo de inglés de Oxford.

Ya ven qué cosas... y yo les iba a hablar de poesía.

domingo, marzo 04, 2007

Eros y peros (Especial literatura erótica)

Pues yo es que de literatura erótica ni idea. Que estudié en colegio de frailes y allí de eso no nos enseñaban. Si acaso puedo recordar algún relato de la Lib o la Climax que eran lo más parecido al género que circulaba, de manera fluida por cierto, en el autobús escolar. Bueno, recordar... lo que más recuerdo son los capones que me atizaban los veteranos por interesarme por los textos: “¡mira las fotos y pásala ya, hombre!” Nunca entendí aquello. ¡Con la grima que daban aquellas señoras con aquellos cardados amorradas al mikolápiz de un tipo con bigote! Bueno, y los relatos tampoco es que fueran de la Nouveau Roman eh, que por mucho que los pusieran en boca de febriles enfermeras se notaba a kilometros que estaban escritos por un señor con menos sentido de la sensualidad que La Veneno bailando un aurresku.

Años más tarde leí “Las edades de Lulú”, como todo hijo de vecino, y la verdad es que me gustó mucho, pero ¿es una novela erótica? Pues si lo es yo debo de ser un cruce entre un oso amoroso y mimosín porque me pareció de una sordidez tal que más que ponerme brutote, que dice un amigo mío, se me encogían hasta las amígdalas... y eso que me las extirparon en el 85.

Tal vez, de entre mis lecturas, lo que más se aproxime a la idea que yo tengo de literatura erótica sean “El amante” de Marguerite Duras y “La muerte en Venecia” de Thomas Mann.

En el caso de “El amante” creo que sobran las explicaciones: Cuerpos sudorosos, el despertar a la sexualidad... En cambio, la novela de Thomas Mann habla de la contemplación de la belleza, que es, al fin y al cabo, otra forma de acercamiento al erotismo.

Vale, ya sé que estos títulos son a la literatura erótica actual lo mismo que el National Geographic a las revistas picantes pero, oigan, es lo que hay en mis estanterías.

Además no me digan que no da un poco de pereza hacerse con títulos como: “Memorias secretas de una cantante”, “Confesiones de una desvergonzada”, “Mi vida secreta”, “La vida sexual de Catherine M.” O “Confesion sexual de un anónimo ruso”. ¡Si con poner Aquí hay tomate ya nos dan vidas secretas de cantantes, y confesiones sexuales de desvergonzadas y desvergonzados a granel!

Yo me quedo, como siempre, con el sentido del humor. Y por eso, me ha llamado la atención una novela publicada por la editorial valenciana Bromera que se titula “Mugrons de Titani” (pezones de Titanio) y que narra las aventuras de Valentina Gontxarova, una peculiar piloto espacial que lo mismo mata marcianos que se lía con venusinos por esos universos de Dios. Por cierto, sus autores, Salvador Macip y Sebastià Roig amenazan con una segunda parte que se llamará “Collons de Metacrilat”. Me permitirán que obvie cualquier comentario al respecto.