MAGIA NEGRA
Uno... Dos... Tres... ¡Duérmete! Nada, no hay manera. Llevo 16 intentos de hipnotizar al gato, que es el único que se presta a ello sin problemas, pero cada vez que doy la orden final pega un brinco y se engancha de las cortinas.
Yo creo que el problema va a estar en que no alcanza el estado alfa ese del que habla Anthony Blake en su último libro. Y mira que se lo he leído veces, pero ni por esas. Una de dos, o mi gato no es sugestionable o yo tengo el mismo futuro como mentalista que Montilla como estrella de Rock.
Se preguntarán ustedes que por qué me ha dado a mí ahora por esto de hipnotizar gatos. Pues tiene una explicación bien sencilla: Ha caído en mis manos un ejemplar de “Lo que sé del más allá”, la última publicación del polémico ilusionista asturiano y he decidido que de mayor quiero ser como él.
No es que me interese detener balas con los dientes, ni adivinar el número de la lotería de Navidad ayudado, según dicen, por un señor bajito encerrado en una urna... Pero imagínense lo que sería conseguir hipnotizar al gato, hacer que obedezca mis ordenes, que no arañe todo lo que encuentra a su paso... y una vez dominado el arte de hipnotizar felinos hacerlo con seres humanos, que tampoco tiene que haber tanta diferencia... salvo que algunos son más peludos que los mininos.
Por supuesto utilizaría mis poderes de sugestión única y exclusivamente para hacer el bien: acabaría con todas las guerras, haría que a toda la gente le gustase leer, conseguiría que Jessica Alba se casara conmigo, que los árbitros pitasen cinco penaltis por partido a favor del Athletic, sometería a todo el universo a mi voluntad... vamos, lo normal en estos casos.
Lo que no tengo claro es si para ser mentalista es obligatorio vestirse de negro. No es que me importe demasiado, pero lo único que tengo de ese color es una camiseta del grupo heavy “Manowar”. La conservo como recuerdo de cuando tenía pelo y lleva una inscripción que ocupa toda la espalda en la que se lee:“Kings of metal”... y no sé yo si va a quedar muy serio ir así uniformado cuando domine las mentes de todo el mundo y sea amo y señor del cosmos.
Por el momento creo que voy a tener que releer los capítulos de ejercicios del libro de Anthony Blake porque por más que intento que mi gato me mire a los ojos él sigue empeñado en convertirme las cortinas en los bajos del pantalón de Robinson Crusoe.
¡Un momento! Ya lo tengo. A ver bicho, concéntrate en mi mirada... Cuando cuente tres harás lo que yo te ordene... Uno... Dos... Tres... ¡Destroza las cortinas!
Por fin lo conseguí, el gato obedece mis órdenes... tiemblen... ustedes serán los siguientes...
Yo creo que el problema va a estar en que no alcanza el estado alfa ese del que habla Anthony Blake en su último libro. Y mira que se lo he leído veces, pero ni por esas. Una de dos, o mi gato no es sugestionable o yo tengo el mismo futuro como mentalista que Montilla como estrella de Rock.
Se preguntarán ustedes que por qué me ha dado a mí ahora por esto de hipnotizar gatos. Pues tiene una explicación bien sencilla: Ha caído en mis manos un ejemplar de “Lo que sé del más allá”, la última publicación del polémico ilusionista asturiano y he decidido que de mayor quiero ser como él.
No es que me interese detener balas con los dientes, ni adivinar el número de la lotería de Navidad ayudado, según dicen, por un señor bajito encerrado en una urna... Pero imagínense lo que sería conseguir hipnotizar al gato, hacer que obedezca mis ordenes, que no arañe todo lo que encuentra a su paso... y una vez dominado el arte de hipnotizar felinos hacerlo con seres humanos, que tampoco tiene que haber tanta diferencia... salvo que algunos son más peludos que los mininos.
Por supuesto utilizaría mis poderes de sugestión única y exclusivamente para hacer el bien: acabaría con todas las guerras, haría que a toda la gente le gustase leer, conseguiría que Jessica Alba se casara conmigo, que los árbitros pitasen cinco penaltis por partido a favor del Athletic, sometería a todo el universo a mi voluntad... vamos, lo normal en estos casos.
Lo que no tengo claro es si para ser mentalista es obligatorio vestirse de negro. No es que me importe demasiado, pero lo único que tengo de ese color es una camiseta del grupo heavy “Manowar”. La conservo como recuerdo de cuando tenía pelo y lleva una inscripción que ocupa toda la espalda en la que se lee:“Kings of metal”... y no sé yo si va a quedar muy serio ir así uniformado cuando domine las mentes de todo el mundo y sea amo y señor del cosmos.
Por el momento creo que voy a tener que releer los capítulos de ejercicios del libro de Anthony Blake porque por más que intento que mi gato me mire a los ojos él sigue empeñado en convertirme las cortinas en los bajos del pantalón de Robinson Crusoe.
¡Un momento! Ya lo tengo. A ver bicho, concéntrate en mi mirada... Cuando cuente tres harás lo que yo te ordene... Uno... Dos... Tres... ¡Destroza las cortinas!
Por fin lo conseguí, el gato obedece mis órdenes... tiemblen... ustedes serán los siguientes...