Ratones y ratitos de biblioteca
Acabo de descubrir que biblioteca viene del griego biblion, que significa libro, y thekes, que quiere decir caja. O sea, que los griegos iban de sobrados y sus cajas de libros eran de cuatro pisos y ascensor. Pues que sepan Aristóteles y compañía que a estas alturas no nos van a quitar la fama de chulos a los de Bilbao. Aquí tenemos un equivalente artístico en el Guggenheim. En Bilbaino antiguo Guggen significa lata y heim de espárragos. A ver si vamos a ser menos que los griegos.
Aunque los que se tomaron al pie de la letra la etimología del vocablo fueron los que construyeron la biblioteca de mi pueblo. Todo era minúsculo. Yo con trece y catorce años iba, exclusivamente, para elevar mi autoestima. Hasta esa edad te obligaban a sentarte en el lado de los pequeños y claro, se ve que al que compró las sillas se le pasó el detallito de que los niños a partir de los seis años siguen creciendo. Pues imagínense a servidor, que siempre ha sido más bien canijo, leyendo sobre literatura medieval con las rodillas a la altura de las orejas. La misma pose que Pau Gasol en una minimoto.
Lo mejor de aquella biblioteca era la encargada. La llamabamos la serpiente porque se pasaba su jornada laboral haciendo shhhhhhhhhh, shhhhhhhhhh. Una vez un ciclista que entró a consultar una revista especializada estuvo a punto de ponerle un parche creyendo que se deshinchaba.
De todos modos, salvo esta excepción, yo creo que deberían cambiar el término biblioteca o caja de libros, por bibliopub o bar de libros. Al fin y al cabo el uso que se hace de bares y bibliotecas es similar: Vas, pides lo que quieres, te lo ponen, lo ingieres y bueno, los libros los devuelves y la bebida... depende de cómo anda cada cual con su estómago. Es más, ahora hay hasta bibliotecas after hours... de esas que abren casi toda la noche en época de exámenes... que digo yo que los pobres maestros y profesores se pasan el año tratando de fomentar el estudio continuado y organizado y mira, todo un éxito la iniciativa del atracón maratoniano la noche anterior.
Bueno, y como coartada es única para ese muchacho que llega a las seis de la mañana con los ojos enrojecidos: “Hola buenas, me voy a la cama que vengo de estudiar... mira como tengo las pupilas de tanto leer.” “¿Y por qué se te traba la lengua?” “Porque me la he dislocado tratando de pronunciar desoxirribonucleico para el examen de química.”
Qué mundo tan fantástico el de las bibliotecas... ¿Qué sería de nosotros sin ellas? ¿Dónde afanaría más de uno los cupones atrasados del Marca para conseguir el balón despertador del Recreativo de Huelva? ¿Cómo crecerían sanas las nuevas generaciones sin sentir lo que se siente cuando te reclaman a voz en grito un libro que has olvidado devolver? Porque para lo demás se requiere mucho silencio pero para eso sacan el megáfono los puñeteros... vamos no es que yo lo haya vivido eh... que me lo ha contado un amigo.
En fin, ya ven lo que ha acabado dando de sí una caja de libros. Anda que no sabían nada los griegos.
Aunque los que se tomaron al pie de la letra la etimología del vocablo fueron los que construyeron la biblioteca de mi pueblo. Todo era minúsculo. Yo con trece y catorce años iba, exclusivamente, para elevar mi autoestima. Hasta esa edad te obligaban a sentarte en el lado de los pequeños y claro, se ve que al que compró las sillas se le pasó el detallito de que los niños a partir de los seis años siguen creciendo. Pues imagínense a servidor, que siempre ha sido más bien canijo, leyendo sobre literatura medieval con las rodillas a la altura de las orejas. La misma pose que Pau Gasol en una minimoto.
Lo mejor de aquella biblioteca era la encargada. La llamabamos la serpiente porque se pasaba su jornada laboral haciendo shhhhhhhhhh, shhhhhhhhhh. Una vez un ciclista que entró a consultar una revista especializada estuvo a punto de ponerle un parche creyendo que se deshinchaba.
De todos modos, salvo esta excepción, yo creo que deberían cambiar el término biblioteca o caja de libros, por bibliopub o bar de libros. Al fin y al cabo el uso que se hace de bares y bibliotecas es similar: Vas, pides lo que quieres, te lo ponen, lo ingieres y bueno, los libros los devuelves y la bebida... depende de cómo anda cada cual con su estómago. Es más, ahora hay hasta bibliotecas after hours... de esas que abren casi toda la noche en época de exámenes... que digo yo que los pobres maestros y profesores se pasan el año tratando de fomentar el estudio continuado y organizado y mira, todo un éxito la iniciativa del atracón maratoniano la noche anterior.
Bueno, y como coartada es única para ese muchacho que llega a las seis de la mañana con los ojos enrojecidos: “Hola buenas, me voy a la cama que vengo de estudiar... mira como tengo las pupilas de tanto leer.” “¿Y por qué se te traba la lengua?” “Porque me la he dislocado tratando de pronunciar desoxirribonucleico para el examen de química.”
Qué mundo tan fantástico el de las bibliotecas... ¿Qué sería de nosotros sin ellas? ¿Dónde afanaría más de uno los cupones atrasados del Marca para conseguir el balón despertador del Recreativo de Huelva? ¿Cómo crecerían sanas las nuevas generaciones sin sentir lo que se siente cuando te reclaman a voz en grito un libro que has olvidado devolver? Porque para lo demás se requiere mucho silencio pero para eso sacan el megáfono los puñeteros... vamos no es que yo lo haya vivido eh... que me lo ha contado un amigo.
En fin, ya ven lo que ha acabado dando de sí una caja de libros. Anda que no sabían nada los griegos.