CARNAVAL, CARNAVAL
Tengo un don. Hace años que lo mantengo en secreto porque no quiero presumir, pero ya que vamos adquiriendo cierta confianza he decidido revelárselo a ustedes. Tengo el don de la invisibilidad. Bueno, no siempre. Solo me pasa cuando mi cuerpo entra en contacto con la barra de un bar y me dispongo a pedir. En ese momento, como si fuera el protagonista del Señor de los Anillos, me vuelvo transparente a los ojos de los camareros y ya puedo levantar la mano, el brazo, hacer el molinillo o el pino puente que no hay manera.
Es tal la sensación de frustración que un año por carnavales, y en previsión de que iba a ser una larga noche de colas infructuosas en los bares, decidí utilizar como único disfraz una rana que me puse de sombrero y que en una de sus ancas delanteras llevaba un cartel que decía: El señor gordito y calvo que me sale de salva sea la parte quiere una cerveza.
Les aseguro que ha sido la única vez que no he pasado desapercibido para el gremio hostelero de la noche bizkaina. Es más, hasta oí a una camarera que decía: “que mona la rana, lástima eso que le ha salido debajo”.
Sea como fuere el cartel del anfibio me salvó de la deshidratación y me hizo reflexionar sobre el poder de la palabra escrita. Lo que yo no había conseguido en años de brincos, volatines y equilibrios sobre barra fija lo consiguió una frase sobre un papel.
En mi caso tengo que reconocer que el texto no estaba especialmente elaborado pero no me negarán que hay auténticas obras maestras de la literatura en carteles, anuncios por palabras, carpetas de adolescentes en celo e incluso puertas de baños públicos.
De hecho Juan José Millás se declara lector ferviente de los anuncios clasificados y afirma que son una eficaz fuente generadora de historias. Tienen que serlo sin duda. En un vistazo rápido de un diario de estas características me he encontrado con un tipo que busca a antiguos legionarios del tercer tercio, un ofertón de un grupo que hace misas rocieras a quinientos euros, eso sí, con experiencia y seriedad, y un mensaje de una señora protestado por el trato que recibe la Pantoja.
Está claro que tenemos que ampliar el espectro de los géneros literarios. Narrativa, poesía, teatro, anuncios por palabras... y pintadas, por supuesto. Mi favorita siempre será una que hicieron en el cristal del portal de al lado del que yo residía en mi época de estudiante. No tanto por su calidad literaria sino por su funcionalidad. Se ve que habían habilitado un piso como lupanar y, al parecer, los vecinos estaban bastante hartos de que señores dominados por el deseo carnal y algún que otro copazo tocaran todos los timbres a las tantas de la mañana preguntando por el club. Así que el Juan Cuesta de turno, armado de brocha gorda y pintura negro mate escribió en la cristalera a tamaño gigante: ¡Fuera casa de citas! Por cierto, está en el primero a.
Bueno, les dejo que tengo que poner un anuncio. A ver... cómo era... Alquilo rana con cartel... Ideal para hombres invisibles... Consume poco...
Es tal la sensación de frustración que un año por carnavales, y en previsión de que iba a ser una larga noche de colas infructuosas en los bares, decidí utilizar como único disfraz una rana que me puse de sombrero y que en una de sus ancas delanteras llevaba un cartel que decía: El señor gordito y calvo que me sale de salva sea la parte quiere una cerveza.
Les aseguro que ha sido la única vez que no he pasado desapercibido para el gremio hostelero de la noche bizkaina. Es más, hasta oí a una camarera que decía: “que mona la rana, lástima eso que le ha salido debajo”.
Sea como fuere el cartel del anfibio me salvó de la deshidratación y me hizo reflexionar sobre el poder de la palabra escrita. Lo que yo no había conseguido en años de brincos, volatines y equilibrios sobre barra fija lo consiguió una frase sobre un papel.
En mi caso tengo que reconocer que el texto no estaba especialmente elaborado pero no me negarán que hay auténticas obras maestras de la literatura en carteles, anuncios por palabras, carpetas de adolescentes en celo e incluso puertas de baños públicos.
De hecho Juan José Millás se declara lector ferviente de los anuncios clasificados y afirma que son una eficaz fuente generadora de historias. Tienen que serlo sin duda. En un vistazo rápido de un diario de estas características me he encontrado con un tipo que busca a antiguos legionarios del tercer tercio, un ofertón de un grupo que hace misas rocieras a quinientos euros, eso sí, con experiencia y seriedad, y un mensaje de una señora protestado por el trato que recibe la Pantoja.
Está claro que tenemos que ampliar el espectro de los géneros literarios. Narrativa, poesía, teatro, anuncios por palabras... y pintadas, por supuesto. Mi favorita siempre será una que hicieron en el cristal del portal de al lado del que yo residía en mi época de estudiante. No tanto por su calidad literaria sino por su funcionalidad. Se ve que habían habilitado un piso como lupanar y, al parecer, los vecinos estaban bastante hartos de que señores dominados por el deseo carnal y algún que otro copazo tocaran todos los timbres a las tantas de la mañana preguntando por el club. Así que el Juan Cuesta de turno, armado de brocha gorda y pintura negro mate escribió en la cristalera a tamaño gigante: ¡Fuera casa de citas! Por cierto, está en el primero a.
Bueno, les dejo que tengo que poner un anuncio. A ver... cómo era... Alquilo rana con cartel... Ideal para hombres invisibles... Consume poco...
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home