ESPÍA COMO PUEDAS
Dicen que para ser escritor hay que ser curioso por naturaleza. Entonces supongo que para ser escritor de novelas de espionaje hay que ser doblemente curioso. En mi pueblo a los muy curiosos les llamamos cotillas y, pensándolo bien, un espía no es otra cosa que un cotilla de ceño fruncido. De hecho, entre James Bond y otro de mis excéntricos vecinos, al que llamaremos equis para no herir susceptibilidades, la única diferencia está en los medios tecnológicos que emplean: Bond utiliza microcámaras ultramodernas para fotografiar documentos secretos y mi vecino se las apaña con una rudimentaria aguja de punto para sustraernos la correspondencia del buzón a los pobres paganos. Por cierto, si me está oyendo, ¿sería tan amable de devolverme la factura de teléfono del mes pasado que la necesito para unas gestiones?
De todos modos yo creo que a los espías se les ha de notar la vocación desde pequeñitos. Son esos niños que copian en los exámenes aunque se sepan la lección de pe a pa y que se saltan sin mayores dificultades la barrera que los empollones de la clase hacen con el brazo alrededor de su folio. En el recreo juegan siempre al escondite y se piden contar ellos. Huelga decir que cuentan de tres en tres y que miran de reojo para saber dónde buscan refugio sus compañeros. Porque los espías además de cotillas son tramposos, que si no de qué iba a ganar siempre 007 en el casino.
Se supone que los espías no revelan nunca un secreto, aunque se lo pida Hale Berry por favor y como Dios la trajo al mundo. Eso sí que es de admirar porque tengo que reconocer que si me pasa a mí, por contarle, le cuento a la muchacha hasta el último detalle de mi operación de amígdalas. Hale Berry, que por cierto es la única actriz oscarizada con nombre de frontón de pelota vasca.
Eso sí, cuando los espías se hacen mayores se convierten, indefectiblemente, en escritores. Claro, tantos años sin decir ni pío, con tanta cosa guardada dentro de sí mismos... pues por algún lado tiene que salir y como Hale Berry no va a estar esperándoles siempre que si no se pasaría el día constipada... ¿Qué mejor solución que largarlo todo en un libro?
La lista de escritores espía o de espías escritores es interminable: Desde el consabido y consagrado John Lecarré, Frederick Forsyth a Graham Greene han sido frailes antes que monjes o frailes además de monjes dependiendo del caso, y dicen las malas lenguas que hasta el mismísimo Quevedo hizo sus pinitos en la materia... ya decía yo que esas gafillas resultaban sospechosas.
De todos modos desconfíen, no solo de escritores vive el gremio del espionaje y cualquiera puede ser uno de ellos. Además pueden estar en cualquier lado. Fíjense si será así que un día iba yo paseando al lado del Guggenheim y me encontré a James Bond colgando de la fachada de un edificio. Que será todo lo espía que ustedes quieran pero lo de la discreción lo lleva fatal. Lo que no he entendido aún es porqué me echó de allí un hombre diciendo improperios en inglés cuando yo trataba de explicarle al señor Bond que en Bilbao, en contra de lo que la gente pueda creer, entramos en las casas por la puerta. Por cierto, cuando aquel tipo que juraba en anglosajón me preguntó que quien puñetas era yo y solo pude responder una cosa: Me llamo Los... Car-Los.
De todos modos yo creo que a los espías se les ha de notar la vocación desde pequeñitos. Son esos niños que copian en los exámenes aunque se sepan la lección de pe a pa y que se saltan sin mayores dificultades la barrera que los empollones de la clase hacen con el brazo alrededor de su folio. En el recreo juegan siempre al escondite y se piden contar ellos. Huelga decir que cuentan de tres en tres y que miran de reojo para saber dónde buscan refugio sus compañeros. Porque los espías además de cotillas son tramposos, que si no de qué iba a ganar siempre 007 en el casino.
Se supone que los espías no revelan nunca un secreto, aunque se lo pida Hale Berry por favor y como Dios la trajo al mundo. Eso sí que es de admirar porque tengo que reconocer que si me pasa a mí, por contarle, le cuento a la muchacha hasta el último detalle de mi operación de amígdalas. Hale Berry, que por cierto es la única actriz oscarizada con nombre de frontón de pelota vasca.
Eso sí, cuando los espías se hacen mayores se convierten, indefectiblemente, en escritores. Claro, tantos años sin decir ni pío, con tanta cosa guardada dentro de sí mismos... pues por algún lado tiene que salir y como Hale Berry no va a estar esperándoles siempre que si no se pasaría el día constipada... ¿Qué mejor solución que largarlo todo en un libro?
La lista de escritores espía o de espías escritores es interminable: Desde el consabido y consagrado John Lecarré, Frederick Forsyth a Graham Greene han sido frailes antes que monjes o frailes además de monjes dependiendo del caso, y dicen las malas lenguas que hasta el mismísimo Quevedo hizo sus pinitos en la materia... ya decía yo que esas gafillas resultaban sospechosas.
De todos modos desconfíen, no solo de escritores vive el gremio del espionaje y cualquiera puede ser uno de ellos. Además pueden estar en cualquier lado. Fíjense si será así que un día iba yo paseando al lado del Guggenheim y me encontré a James Bond colgando de la fachada de un edificio. Que será todo lo espía que ustedes quieran pero lo de la discreción lo lleva fatal. Lo que no he entendido aún es porqué me echó de allí un hombre diciendo improperios en inglés cuando yo trataba de explicarle al señor Bond que en Bilbao, en contra de lo que la gente pueda creer, entramos en las casas por la puerta. Por cierto, cuando aquel tipo que juraba en anglosajón me preguntó que quien puñetas era yo y solo pude responder una cosa: Me llamo Los... Car-Los.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home