EL ESTORNINO DE RAROTONGA
Recordarán los asiduos que hace un par de semanas servidor de ustedes estaba enamorado hasta las patas y que bebía los vientos por una muchacha. Bueno, pues ya no. La verdad es que con las calabazas que me ha dado podría celebrar Halloween durante tres años sin interrupción, así que estoy en fase de desintoxicación amorosa.
Es verdad que todavía lo estoy superando y que de momento todo me recuerda a ella: El verde de las montañas a sus ojos, el agua clara a su piel, el canto del estornino de Rarotonga a su voz...
Pero como soy un luchador nato he decidido sobreponerme y olvidarla. Y ¿qué mejor método para ello que irse a comprar libros de manera compulsiva? Así que me he metido en una de esas librerías gigantes dispuesto a arrasar con todo, especialmente con el escaso saldo de mi tarjeta de crédito.
Por desgracia el corazón puede a veces más que la razón y de manera inconsciente he terminado en el apartado de literatura romántica. Que hay que estar muy inconsciente para entrar en ella sin darse cuenta, porque el rosa chillón de la mayoría de las portadas resalta tanto que casi hacen falta gafas de sol. No me digan que esa sección de las librerías no parece un túnel del tiempo diseñado por Paco Clavel.
Aunque, analizadas una por una, las portadas tienen aún menos desperdicio. Más o menos se basan en el siguiente patrón: Señor con melena a lo Bisbal antes de raparse y camisa blanca con chorreras, abierta a la altura de los pectorales, que, dicho sea de paso, son del tamaño de mi cara. El fornido muchachote rodea con sus brazos, también fornidos, la cintura de avispa de una señora de melena morena y pechos tamaño Dolly Parton desbocados en palabra de honor también con chorreras. Ambos, señor y señora, con los morros a escasos milímetros, los del uno de los de la otra, a punto de darse un filetazo que sonrojaría a la mismísima Tracy Lords. Todo ello sobre fondo de llamas rosáceas y culminado por un título en un tipo de letra con eses muy retorcidas y el nombre impronunciable de una escritora anglosajona.
De los títulos ¿qué se puede decir? El amor no es un juego, Renacer del deseo, Simplemente enamorados, Un amor secreto, Amor y lágrimas... no sé, da la sensación de que para poner nombre a las obras usan el bombo del primijuego pero con palabras en vez de números. Bombo que comparten con los telefilmes de Antena 3 por cierto.
En fin, a lo tonto a lo tonto, llevo dos minutos y medio sin pensar en mi desdichada vida amorosa. A ver si va a resultar que esto de la novela romántica es como la homeopatía... Pues si solo con ver los libros en la estantería me ha causado este efecto, leer algo tiene que ser definitivo. Voy a probar.
¿Qué elegiré?... Danielle Steele, Lisa Kleypas, Emma Darcy... ¡Que puñetas! ¡Dónde estén los clásicos! Me quedo con Corín Tellado.
Es verdad que todavía lo estoy superando y que de momento todo me recuerda a ella: El verde de las montañas a sus ojos, el agua clara a su piel, el canto del estornino de Rarotonga a su voz...
Pero como soy un luchador nato he decidido sobreponerme y olvidarla. Y ¿qué mejor método para ello que irse a comprar libros de manera compulsiva? Así que me he metido en una de esas librerías gigantes dispuesto a arrasar con todo, especialmente con el escaso saldo de mi tarjeta de crédito.
Por desgracia el corazón puede a veces más que la razón y de manera inconsciente he terminado en el apartado de literatura romántica. Que hay que estar muy inconsciente para entrar en ella sin darse cuenta, porque el rosa chillón de la mayoría de las portadas resalta tanto que casi hacen falta gafas de sol. No me digan que esa sección de las librerías no parece un túnel del tiempo diseñado por Paco Clavel.
Aunque, analizadas una por una, las portadas tienen aún menos desperdicio. Más o menos se basan en el siguiente patrón: Señor con melena a lo Bisbal antes de raparse y camisa blanca con chorreras, abierta a la altura de los pectorales, que, dicho sea de paso, son del tamaño de mi cara. El fornido muchachote rodea con sus brazos, también fornidos, la cintura de avispa de una señora de melena morena y pechos tamaño Dolly Parton desbocados en palabra de honor también con chorreras. Ambos, señor y señora, con los morros a escasos milímetros, los del uno de los de la otra, a punto de darse un filetazo que sonrojaría a la mismísima Tracy Lords. Todo ello sobre fondo de llamas rosáceas y culminado por un título en un tipo de letra con eses muy retorcidas y el nombre impronunciable de una escritora anglosajona.
De los títulos ¿qué se puede decir? El amor no es un juego, Renacer del deseo, Simplemente enamorados, Un amor secreto, Amor y lágrimas... no sé, da la sensación de que para poner nombre a las obras usan el bombo del primijuego pero con palabras en vez de números. Bombo que comparten con los telefilmes de Antena 3 por cierto.
En fin, a lo tonto a lo tonto, llevo dos minutos y medio sin pensar en mi desdichada vida amorosa. A ver si va a resultar que esto de la novela romántica es como la homeopatía... Pues si solo con ver los libros en la estantería me ha causado este efecto, leer algo tiene que ser definitivo. Voy a probar.
¿Qué elegiré?... Danielle Steele, Lisa Kleypas, Emma Darcy... ¡Que puñetas! ¡Dónde estén los clásicos! Me quedo con Corín Tellado.
1 Comments:
At 2:10 a. m., PIZARR said…
JAJAJAJAJ......¿ No te habrás pasado por el Fnac, verdad ? Porque va a ser mi perdición en el tema de cine y de libros......con eso de que todo lo que no tienen te lo piden.......
Por cierto, encima vas y escribes sobre el estornino de Rarotonga, que más de uno pensará que es un nombre inventado..........pues no señores, existe el buen pajaro.
UN BESO
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