Henry James was here
Carta abierta a la dirección del programa:
Estimada señora directora, aquí su humilde colaborador desde tierras vascongadas quiere informarle de que se siente lejano. No, no lejano a ustedes con quienes comparto, además de un rinconcito en las ondas, una profunda amistad y pasiones literarias y gastronómicas (alimento del alma las primeras y del cuerpo las otras).
Me siento lejano, sí... pero al pueblo de Rye, en el East Sussex inglés. Y se preguntará usted ¿Pero qué me está contando el melón este? Pues le explico: En Rye vivió durante dieciocho años el escritor del que hoy tratamos, el norteamericano nacionalizado británico Henry James. Pasó los últimos y supuestamente más felices años de su vida en una casa georgiana llamada “Lamb house” y que se encuentra situada junto a la iglesia de la localidad. Tiene que ser una cosa preciosa, oiga. Podría intentar describirla con más detalle pero, ya ve, esta sensación de lejanía me lo impide. Claro que... por 79,80 euros el vuelo Bilbao- Londres y 118 euros por noche en un hotel llamado White Vine House, tal vez pudiera ser mucho más preciso en mis explicaciones y seguro que se me curaba esta especie de morriña. Al viento... al viento le digo...
Seguro que en Lamb House aún conservan el taquígrafo con el que una asistente transcribía los textos que James iba dictando cuando la artritis le impidió seguir utilizando la pluma. Dicen los que saben de esto que el cambio de sistema implicó también un cambio de estilo narrativo en sus obras. Desde luego, es probable que ralentizara el proceso porque el autor de “Otra vuelta de tuerca” o “Las bostonianas” sufría una ligera tartamudez que superaba hablando muy despacio. Aún así, sus veinte novelas y más de 112 relatos le convierten en un autor más que prolífico. Ya quisiera más de una liebre de la literatura actual llegar a recorrer lo que recorrió esta tortuga.
Por cierto, Salsa Rosa, Dolce Vita, Tómbola y Dónde estás corazón hubieran sido fuentes inagotables de argumentos para este escritor que decía que las mejores historias las sacaba de los cotilleos de las reuniones con sus amigos ricachones. Porque, eso sí, a pesar de que, al parecer, tuvo épocas en las que no nadaba en la abundancia, el amigo Henry James, siempre vivió a todo trapo y, “nunca le faltó de ná” que se suele decir.
Y ya que estamos, como dice mi vecina, de “cotis” les contaré que dicen las malas lenguas que era frío y distante aunque de extremada educación. ¿Será por eso que se hizo británico? Que quieren que les diga, yo para eso prefiero el producto interior bruto: ¡Dónde esté un buen Fernando Fernán Gómez para mandarnos de vez en cuando a algún lugar maloliente!
Bueno, aquí me quedo, con mi xirimiri, añorando la bruma en la playa de Cape Cop. Ay, que bonita sección hubiera quedado. Al viento... al viento le digo...
Estimada señora directora, aquí su humilde colaborador desde tierras vascongadas quiere informarle de que se siente lejano. No, no lejano a ustedes con quienes comparto, además de un rinconcito en las ondas, una profunda amistad y pasiones literarias y gastronómicas (alimento del alma las primeras y del cuerpo las otras).
Me siento lejano, sí... pero al pueblo de Rye, en el East Sussex inglés. Y se preguntará usted ¿Pero qué me está contando el melón este? Pues le explico: En Rye vivió durante dieciocho años el escritor del que hoy tratamos, el norteamericano nacionalizado británico Henry James. Pasó los últimos y supuestamente más felices años de su vida en una casa georgiana llamada “Lamb house” y que se encuentra situada junto a la iglesia de la localidad. Tiene que ser una cosa preciosa, oiga. Podría intentar describirla con más detalle pero, ya ve, esta sensación de lejanía me lo impide. Claro que... por 79,80 euros el vuelo Bilbao- Londres y 118 euros por noche en un hotel llamado White Vine House, tal vez pudiera ser mucho más preciso en mis explicaciones y seguro que se me curaba esta especie de morriña. Al viento... al viento le digo...
Seguro que en Lamb House aún conservan el taquígrafo con el que una asistente transcribía los textos que James iba dictando cuando la artritis le impidió seguir utilizando la pluma. Dicen los que saben de esto que el cambio de sistema implicó también un cambio de estilo narrativo en sus obras. Desde luego, es probable que ralentizara el proceso porque el autor de “Otra vuelta de tuerca” o “Las bostonianas” sufría una ligera tartamudez que superaba hablando muy despacio. Aún así, sus veinte novelas y más de 112 relatos le convierten en un autor más que prolífico. Ya quisiera más de una liebre de la literatura actual llegar a recorrer lo que recorrió esta tortuga.
Por cierto, Salsa Rosa, Dolce Vita, Tómbola y Dónde estás corazón hubieran sido fuentes inagotables de argumentos para este escritor que decía que las mejores historias las sacaba de los cotilleos de las reuniones con sus amigos ricachones. Porque, eso sí, a pesar de que, al parecer, tuvo épocas en las que no nadaba en la abundancia, el amigo Henry James, siempre vivió a todo trapo y, “nunca le faltó de ná” que se suele decir.
Y ya que estamos, como dice mi vecina, de “cotis” les contaré que dicen las malas lenguas que era frío y distante aunque de extremada educación. ¿Será por eso que se hizo británico? Que quieren que les diga, yo para eso prefiero el producto interior bruto: ¡Dónde esté un buen Fernando Fernán Gómez para mandarnos de vez en cuando a algún lugar maloliente!
Bueno, aquí me quedo, con mi xirimiri, añorando la bruma en la playa de Cape Cop. Ay, que bonita sección hubiera quedado. Al viento... al viento le digo...
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