Fonnecticut y Juan Ramón
Cuando realicé el examen de “Fonología y fonética españolas” llegué a plantearme seriamente la posibilidad de asaltar el furgón que transportaba las pruebas para su corrección desde el centro de estudios a la sede central de Madrid.
No podía pensar en otra cosa que no fuera que si algún día yo llegaba a ser alguien, pudiera trascender que en un momento de mi vida había escrito que “fonética” era uno de los 52 estados unidos de América.
Deseché la opción de “asalto y robo de un furgón” porque creí que resultaba más triste pasar a la historia como “el Dioni II” que como el zopenco que a la pregunta sobre las diferencias articulatorias entre vocales y consonantes respondió que se había perdido aquel capítulo de Barrio Sésamo.
Así que pasé quince días encomendándome a San Judas Tadeo, patrono de los imposibles y abogado de los casos desesperados, rogándole para que “quien fuera que fuese” el corrector del examen, Dios le hubiera dotado del sentido del humor suficiente para entender mis simpáticos guiños.
Un tres con cinco y una acotación que decía “buen intento, muchacho” me dio a entender que el señor examinador tenía el sentido del humor a medias y que mi paso a los anales universitarios será como ejemplo de lo que no hay que hacer en un examen. Bueno, como decían los Rodriguez “Peor es nada”.
Y claro, ahora que tengo que hablar sobre Juan Ramón Jiménez me hierve la sangre, porque aquí a servidor le suspenden por confundir labiales y linguodentales y en cambio del nobel de Moguer, por escribir palabras como “elegía” o “antología” con jota los estudiosos dicen que: “La jota tiene validez en su caso, como una muestra de su inconformismo y del deseo del autor de romper con las normas tradicionales de la escritura”. La califican, incluso, como “jota emblemática”. Y me pregunto yo, ¿por qué no puede considerarse “emblemático” también mí concepto de fonética? Como diría un amante despechado: ¿Qué tiene él que no tenga yo... a parte de barba y un premio nobel de literatura?
Bueno, supongo que mucha mala uva. Quizá sea por eso que nadie le rechistó. A ver quien era el guapito que levantaba la mano y le decía: “Don Juan Ramón que es con ge” al tipo que denominó a Neruda “el mejor de los malos poetas” en lo que supongo que es un esfuerzo por dedicarle un piropo.
Por cierto, que los amigos de la Discreta Academia, de quienes hablaremos otro día, han descubierto el origen del avinagramiento del genio. Según el Conde de Abascal, y cito textualmente: “Juan Ramón Jiménez, el delicado, místico y profundo Juan Ramón Jiménez; el exquisito, puro y minoritario Juan Ramón Jiménez; el romántico, tierno y sutil Juan Ramón Jiménez... ¡se apellidaba de segundo MANTECÓN!
El origen de la siempre difícil relación del poeta con el género femenino estriba en ese odio callado y visceral hacia la figura materna a consecuencia de la derretible dote de su apellido.
Pero he aquí que, a través del funcionamiento de un misterioso engranaje psíquico y poético —desde luego, muy bien engrasado—, del repudio tácito de la estirpe mantecona surgió, en toda su pretendida pureza, la poesía magra y prieta de Juan Ramón Jiménez, limpia de nervio y grasa, ligera y nutritiva.”
Pues no les quitaré yo la razón a los discretos académicos aunque me temo que si se presentan a un examen sobre el tema tampoco pasarán del tres con cinco.
No podía pensar en otra cosa que no fuera que si algún día yo llegaba a ser alguien, pudiera trascender que en un momento de mi vida había escrito que “fonética” era uno de los 52 estados unidos de América.
Deseché la opción de “asalto y robo de un furgón” porque creí que resultaba más triste pasar a la historia como “el Dioni II” que como el zopenco que a la pregunta sobre las diferencias articulatorias entre vocales y consonantes respondió que se había perdido aquel capítulo de Barrio Sésamo.
Así que pasé quince días encomendándome a San Judas Tadeo, patrono de los imposibles y abogado de los casos desesperados, rogándole para que “quien fuera que fuese” el corrector del examen, Dios le hubiera dotado del sentido del humor suficiente para entender mis simpáticos guiños.
Un tres con cinco y una acotación que decía “buen intento, muchacho” me dio a entender que el señor examinador tenía el sentido del humor a medias y que mi paso a los anales universitarios será como ejemplo de lo que no hay que hacer en un examen. Bueno, como decían los Rodriguez “Peor es nada”.
Y claro, ahora que tengo que hablar sobre Juan Ramón Jiménez me hierve la sangre, porque aquí a servidor le suspenden por confundir labiales y linguodentales y en cambio del nobel de Moguer, por escribir palabras como “elegía” o “antología” con jota los estudiosos dicen que: “La jota tiene validez en su caso, como una muestra de su inconformismo y del deseo del autor de romper con las normas tradicionales de la escritura”. La califican, incluso, como “jota emblemática”. Y me pregunto yo, ¿por qué no puede considerarse “emblemático” también mí concepto de fonética? Como diría un amante despechado: ¿Qué tiene él que no tenga yo... a parte de barba y un premio nobel de literatura?
Bueno, supongo que mucha mala uva. Quizá sea por eso que nadie le rechistó. A ver quien era el guapito que levantaba la mano y le decía: “Don Juan Ramón que es con ge” al tipo que denominó a Neruda “el mejor de los malos poetas” en lo que supongo que es un esfuerzo por dedicarle un piropo.
Por cierto, que los amigos de la Discreta Academia, de quienes hablaremos otro día, han descubierto el origen del avinagramiento del genio. Según el Conde de Abascal, y cito textualmente: “Juan Ramón Jiménez, el delicado, místico y profundo Juan Ramón Jiménez; el exquisito, puro y minoritario Juan Ramón Jiménez; el romántico, tierno y sutil Juan Ramón Jiménez... ¡se apellidaba de segundo MANTECÓN!
El origen de la siempre difícil relación del poeta con el género femenino estriba en ese odio callado y visceral hacia la figura materna a consecuencia de la derretible dote de su apellido.
Pero he aquí que, a través del funcionamiento de un misterioso engranaje psíquico y poético —desde luego, muy bien engrasado—, del repudio tácito de la estirpe mantecona surgió, en toda su pretendida pureza, la poesía magra y prieta de Juan Ramón Jiménez, limpia de nervio y grasa, ligera y nutritiva.”
Pues no les quitaré yo la razón a los discretos académicos aunque me temo que si se presentan a un examen sobre el tema tampoco pasarán del tres con cinco.
2 Comments:
At 9:57 a. m., Anónimo said…
Hola Carlos!
Què tal les vacances? Ahir et vaig sentir al final (em va despertar la teva dolça veu, ejem).
Suposo que actualitzaràs aviat.
Salutacions.
Cris
At 12:28 a. m., Carlos Blázquez said…
Hola Cris:
El meu català es molt dolent però volía donar-te les gràcies pel teu missatge. Per cert, si la meva veu et va semblar dolça em temo que no havies despertat del tot.
Petons i per favor, no deixis d'escoltar-nos tots els dissabtes.
(Si hay algo mal es culpa del traductor de internet eh jajaja)
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